Una comida de llauraors

Por Jesús Moya Casado


     Nada más propio, exclamarán algunos. Que se reúnan en torno de larga mesa treinta o cuarenta “llauraors”, perteneciendo el local nada menos que a una entidad que lleva como título Sociedad Valenciana de Agricultura, es cosa tan lógica que no ha de maravillar a nadie. Hubo un tiempo en que los socios de nuestro aristocrático casino eran todos agricultores, y los fines que perseguía la sociedad no era exclusivamente el recreativo, sino que se extendía al fomento de los intereses de la tierra. Se trataba de aquellos años en que la agricultura, con la plantación de huertos de naranjos y el alumbramiento de aguas, adquiría un sorprendente desarrollo, y brillaban por sus iniciativas y por sus actividades figuras tan destacadas con don Tomás Trénor Keating, don Ricardo Codorniu, don Francisco de Llano, don José Vidal, don Manuel Sanz Bremón, don José Polo de Bernabé, don Ricardo Starico, don Vicente Lassala, don José Aguirre Matiol…

     Hubo una famosa comida que ya no corresponde a los tiempos agrícolas de nuestra “Agricultura”. Desde luego la mayoría de los socios continúan siendo por lo menos terratenientes. Fue ello por Carnaval. Uno de los entusiastas de loa fiesta de Momo propuso a una de las peñas más numerosas, en la que figuraban personas muy respetables, pero de buen humor, el comer una paella en el casino, vistiendo los comensales el típico traje de “llauraor” y luego en un coche de transportar muebles presentarse en el Paseo de la Alameda. La idea tubo completo éxito, y uno de los tres días de las Carnestolendas se reunían treinta o cuarenta “labradores” de nuestra huerta vistiendo los “saragüells”, el “chopetí”, el pañuelo a la cabeza y la vistosa manta morellana. Fue aquella una comida agradabilísima, salpicada de cuentos y chistes de la tierra, en que se comió bien y se bebió mejor.

     Unas horas después de esta comida hacía su entrada en la Alameda, cuando este paseo ofrecía animadísimo aspecto, y centenares de coches ricamente enjaezados, formando inmensa rueda, daban vueltas y más vueltas al arroyo, el carromato de muebles, y descendía de él aquella nutrida cuadrilla de huertanos, dando brincos, abriendo descomunales navajas de cartón y ofreciendo una nueva nota de color a aquel abigarrado conjunto de nuestro Carnaval en la Alameda. Poco más tarde, aquellos labradores se habían adueñado de los mejores coches, como gente bien relacionada, y más de una esposa se vio sorprendida recibiendo la visita del marido con el traje típico de nuestros huertanos.

     (*) Resumen del reportaje que aparecía en el diario “Las Provincias” (16/05/1918).

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